Hace unos días, me preguntaron…
Cuando haces una fotografía, y después escribes algo sobre la misma, ¿Qué método utilizas para inspirarte?
La imagen de hoy es una muestra del “método” si es que se le puede llamar así. Cuando vi las dos ventanas de diferentes tamaños, pero con la misma reja proporcionada a la medida de cada una, me imaginé a dos hermanos. Con una diferencia de edad de cinco o seis años. Anoté en una de mis libretas de notas (imprescindibles para mí) estos datos: “Dos ventanas de diferente tamaño. Dos hermanos de diferente edad. Dejar volar la imaginación sobre su historia”.
De regreso a casa, en el tren amplié las notas en la misma libreta. Una vez en casa, lo pase a limpio y el pequeño relato que acompaña la imagen quedó así:
Hoy regresé al barrio que me vio nacer. Caminé por sus calles con los recuerdos a punto de florecer en cada esquina. Me adentré entre sus empinadas escaleras hasta que encontré la fachada tras la cual se encontraba la casa donde viví hasta los treinta años.
Las dos ventanas permanecían iguales. Incluso en una de ellas, aun se podía ver la misma cortina que en su día le puso mi madre a mi hermana mayor.
Yo, era el pequeño de la casa. Dormía en una habitación que me parecía grande, pero con el trascurrir del tiempo cambie de opinión. Su tamaño era acorde a la ventana. Mi cama era pequeña, la ventana también y la habitación seguía el mismo patrón de dimensiones reducidas. Mi hermana, seis años mayor que yo, tenía en su habitación una ventana que era más grande. Su cama también. El cuarto, mucho mayor que el mío.
Pasó el tiempo con rapidez. Sin darnos cuenta. Entre juegos y las clases en el colegio. La calle era un gran parque de atracciones que nos inventábamos cada día. Nunca nos cansamos de estar en ella. Jamás nos aburrimos bajo su influencia.
Mi hermana Claudia, al cumplir dieciocho años quedó embarazada de un joven del centro de la ciudad. Se casó antes que su estado fuese detectado por las vecinas más chismosas del barrio. Se fue a vivir con su joven e inexperto marido a una casa en la zona portuaria donde él, trabajaba de estibador. Así heredé la habitación de mi hermana. Una ventana mayor y un espacio más acorde a mi edad. Mi pequeña habitación termino siendo el cuarto de los enseres inservibles. Allí se amontonaba todo lo que mi madre guardaba por si fuese necesario recuperarlo en alguna ocasión. Viejas frazadas se mezclaban con ropa que ya no nos venía bien. Zapatos que indicaban el crecimiento tanto mío como de mi hermana. Bártulos de cocina reemplazados por nuevos utensilios más acordes a los tiempos. Cuatro viejas y pesadas sillas de hierro que en su día mi padre recuperó de un quincallero, el viejo televisor en blanco y negro, un par de radios vetustas de lámparas y algunos cachivaches que no sé, si eran de mis abuelos o bisabuelos.
En la habitación de mi hermana, terminé estudiando, leyendo y con el tiempo viendo mi propio televisor. Allí tuve mi primera experiencia sexual con una vecina de toda la vida, que vino por indicaciones de mis padres que se encontraban ausentes unos días al haberse tenido que desplazar hasta el norte del país para asistir al sepelio de un hermano de mi padre.
Mi vecina consoló mi pubertad mientras me susurraba un “déjate hacer y veras como te gusta”
Que terminó por ser una costumbre cada vez que visitaba mi casa, con cualquier escusa. O yo, me dejaba caer en la suya con insólitos pretextos. Mis padres, nunca sospecharon de sus visitas tan atentas ni de mi cara de felicidad cuando ella se iba. Eran otras épocas.
La Lidia, había enviudado hacia dos años. Y desde entonces, según ella misma me contaba, no haba conocido hombre alguno hasta que mi cándida inocencia se cruzó en su camino.
Los años fueron pasando y cada uno siguió su destino. Hoy, al pasar frente a su casa, un vecino me comentó que falleció hace unos cinco años. Parece ser que rehízo su vida con el panadero del barrio. Don Anselmo, un hombre de largos bigotes y sonrisa socarrona. Lo recuerdo muy bien. Atendiendo personalmente su panadería. Manchado de harina, con un delantal y un gorrito que le daban, un aspecto casi cómico.
Sigo contemplando estas dos ventanas que tanto marcaron mi infancia. Mi nueva habitación terminó siendo una autentica mancebía. La soledad de mis recuerdos me hace sonreír casi estúpidamente, así que me doy la vuelta y me alejo definitivamente de mi pasado, mis memorias y esas sensaciones tan extrañas que tiene la vida con uno, cuando el tiempo pasado termina siendo una leve y efímera reminiscencia de lo vivido.
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No es el método, Jan, no es el método...es tu talento el que le da ese toque especial a tus relatos retratados.
ResponderEliminarBellísimo.
Un abrazo.
Muy buena esta historia Jan, pura y real como la vida misma, si con un par de notas en la libreta te sirve de esta manera.... es impresionante tu capacidad, un abrazo
ResponderEliminarSe te olvidó comentar algo más, a parte de las notas tomadas, y es sabiduría, ternura y una sobrada facilidad para escuchar y comprender a las personas. Creo que son partes importantes de tu forma de contar historias.
ResponderEliminarUn abrazo Jan
sin duda un proceso creador digno de admiración.
ResponderEliminarSaludos.
Pues el método da excelentes resultados.
ResponderEliminarHol Jan:
ResponderEliminarQuins records més bonics hi han en el indret de la teva memória de les tevas págines de la vida, viscudes fa temps.
Saps a mi també m´agrada molt recordar.
Una abraçada desde Valencia, Montserrat
Pues ciertamente, es un buern método, ya que saca de tí una historia estupenda.
ResponderEliminarLa foto, seguramente, a mí tb me provoca una, pero es tu foto y tu historia.
Ya a veces escribo para la foto y otras escribo y les mando a mis amigos fotógrafos el texto con la "orden" de buscarle acomodo bajo una fotografía. iempre lo hacen.
Me gustó tu historia, la hagas como la hagas.
Un beso