Crónica resumida de un día en Santiago.
Llego a casa, pasada las diez de la noche. Cansado
y algo de dolor de cabeza. El sol del medio día en Santiago, fue demasiado
fuerte.
Llegué temprano. Más o menos cuando la mayoría de
los santiaguinos empieza su despertar diario después del letargo de la noche y
esos primeros cafés que se suelen tomar antes del inicio de una jornada laboral
más.
Vagué haciendo tiempo por la estación central
soñando con subirme cualquier día de estos con uno de los trenes con salida al
sur, hasta Chillan. Trayecto este que tengo pendiente por realizar. Tome un
café en una remozada cafetería a pie del mismo andén. Las viejas fotografías sobre
el tema ferroviario colgadas en las paredes, exime de tanta modernidad al
establecimiento.
Un rato después, tras un viaje dentro de una lata
de sardinas superpoblada como es el metro de Santiago y tras dos trasbordos un
tanto caóticos, llego hasta la estación que más cerca me deja del cementerio general, llamado
Recoleta. Voy con la intención de encontrar localizaciones para mi próximo
taller sobre composición. Al final, me dejo llevar por la intuición y entro en
otro cementerio importante de la ciudad. El cementerio de los católicos.
En el deambulo sin prisas (aun me restan casi
cuatro horas antes de la entrevista que me trae a Santiago) y voy tomando notas
y haciendo fotografías. Luces, sombras, líneas y detalles inesperados. Me sigo
dejando llevar por la intuición y descubriendo encuadres que me hacen sonreír y
disfrutar el momento.
Me acompaña un buen amigo -una especie de
lazarillo para torpes como yo- con el cual me es más fácil desplazarme por la
ciudad capitalina. Conocedor de los metros, buses y atajos para evitar “tacos”
en la ciudad de las oportunidades.
Comemos cerca de la plaza de armas. Una ensalada
que bien vale los casi cuatro mil pesos pagados, un agua y una conversación
interesante mientras unos músicos callejeros, más cerca del circo que de los
auditorios amenizan la calle con su alegría ensayada y su estridente espectáculo.
Vuelvo al metro y sin darme cuenta me encuentro
dentro de misma caja de sardinas. Otro transbordo caótico, casi dejándome llevar
por los que vienen detrás y que parecen empujara la masa, me lleva hasta la parada
de un bus que después de ver que es el 104, me deja cerca del lugar de la reunión.
Casi dos horas después, salgo y me subo en el mismo bus pero en dirección
contraria. Este me deja a la boca del metro. Esta vez menos gente y el viaje se
transforma en más agradable. Llego al terminal de buses y me subo al primero
que me llevara de retorno a casa.
Si no fuera por las fotos que hago, sin duda sufriría
mucho más mis viajes a la gran urbe…
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Copyright © By Jan Puerta 2014.
Texto y fotografías con copyride del autor.
Els cementiris, malgrat ser llocs de pau i tranquil·litat, sempre m'han produït una certa recança. Reconec però, que visualment tenen un encant únic. La teva imatge n'es la prova.
ResponderEliminarUna abraçada
Siempre me han gustado los cementerios, por la absoluta tranquilidad que se respira y los rincones tan preciosos que se suelen encontrar. En Asturias hay cementerios que estan situados mirando al mar y son maravillosos.
ResponderEliminarEs un tema recurrente que todos, en algún momento, hemos abordado.
ResponderEliminarRecuerdo el lisboeta cementerio "dos prazeres", una joya sin duda para pesar un dia entero retratando....
Esta tuya me lo ha recordado.