Domingo de color

Para cerrar esta semana del color, dedica desde un principio incorporar la fotografía de hoy. Tal vez por la importancia que tiene para mí, el vivir cerca del mar. Quizás por la simplicidad de la escena o por ese mundo de tonalidades que nos da la perspectiva de la imagen. Una fotografía como esta me traslada en el tiempo…

En la década de los setenta, en casa, algo tan simple como una salida dominical hasta el puerto de Barcelona suponía algo tan excepcional que uno se pasaba toda la semana con ese recuerdo a modo de vivencia casi existencial.

El paseo, se iniciaba en la plaza de Catalunya. Para ir bajando sin prisas por las Ramblas hasta que el dedo acusador de Colon era como una señal que nos encontrábamos a pocos metros del puerto. Nos acercarnos con paso firme por si había un hueco en la golondrina que nos acercase hasta el rompeolas o simplemente pasábamos horas viéndolas partir y regresar con gente sonriente para los cuales la experiencia era parte de un misticismo difícil de entender en ese momento. Las personas parecían sumidas en un éxtasis permanente.

Llegaba la hora de comer y mi Padre, como buen anfitrión de una jornada lúdica, festiva nos llevaba hasta la Barceloneta. Allí en uno de los muchos merenderos a pie de playa, tenía un amigo de muchos años, cuyo Padre era pescador. Por mucho que lo intento, la memoria no retuvo el nombre, pero mantuvo intacto el recuerdo de las gambas, los calamares y los pulpitos que solíamos comer. Una fiesta para las papilas gustativas de uno que era de tierra adentro a pesar de correr por sus venas sangre menorquina.

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