Ante todo, la educación. Me presento…
Soy un joven de poco más quince años. Digo joven, por que mi esperanza de vida es de unos ciento cincuenta. Algunos árboles gozamos de esta longevidad. Pertenezco a la especie “sangrilla negro”. Estoy declarado en peligro de extinción, ya que somos muy pocos los que quedamos en pie, después de la tala indiscriminada a la que estamos sometidos.
Una vez, presentados, vamos a lo sucedido ayer…
Amaneció con la neblina clásica que viene del manglar. La suave brisa del norte, la hacia desaparecer poco después de envolverme. Mis hojas, perennes y llenas de vida, despertaban al nuevo día entre algunos cantos perdidos de las aves de paso. Las que pernoctan en cualquier parte, mientras emigran hacia el sur. Las cimas de las montañas, aparecían blancas por primera vez esta temporada.
Poco a poco, el celaje desapareció. Se fundió en un juego visual, dejando mil gotas luminosas para alimentar la savia de las plantas y darles ese empuje necesario en la consabida vida.
La mañana avanzaba con la calma que antecede al mediodía. Las cigarras desperezaban con timidez sus primeros movimientos. Con poquedad, repetían su cantar. La vida brotaba por doquier. Dos jóvenes grullas descansaban en la parte alta de mi copa. Acicalaban sus alas y frotaban sus largos picos en una de mis ramas. Las hormigas hacia rato que subían por mi tronco, buscando las hojas del muerdago que desde hace un par de años, empezaron a compartir su sabiduría iniciativa conmigo.
Todo parecía normal hasta que apareció ese vehiculo a toda velocidad. Paro con la brusquedad que lo humanos dominan, al tiempo que las grullas, las garzas y unas loras despegaban alborotadas por la nueva presencia.
Bajaron del coche, sacaron mil objetos, de entre los cuales, me llamo poderosamente la atención, uno de circular. Con tres piedras hicieron un altar donde lo depositaron, después de haber colocado unos papeles y unas ramas secas debajo. Sin duda era un objeto religioso. Un sacrificio ritual que iban a ofrecer a sus dioses, ya que lo llenaron de diferentes ofrendas, aceite, verduras, carne y pescado. Al tiempo lo encendían añadiéndole poco después arroz. Fue una ceremonia rápida. Se lo comieron todo. Volvieron a subir en su vehículo y se alejaron rápidamente.
Los llame agitando mis ramas, pero no me escucharon. Olvidaron apagar el fuego…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Apreciados amigos…
La gestión del tiempo es uno de mis problemas. En la medida de lo posible, contestaré vuestros comentarios.
Un abrazo