El pintor y su meditación
En pocos minutos, la estancia empezaba a recobrar vida. Él calor que desprendía esa vieja carcasa de metal, obraba el milagro. Llena de leña que había recogido -como solía hacer- cada tarde antes de cenar.
Con un viejo cucharón, que en su día estuvo cubierto de una capa de porcelana, servia pequeñas dosis de té que bebía a sorbos. Ávidamente, como si de un sediento se tratase.
De siempre su inconformismo lo había llevado a explorar todo aquello que para muchos pasaba desapercibido. Una realidad que él comprendía y manejaba a su antojo. Sus propias necesidades creativas se fueron disipando a medida que llenaba cuadros de todas las medidas posibles. Sus amigos no entendían su comportamiento. Sus extravagancias y mucho menos su silencio. Sus obras tampoco obtenían el beneplácito de quienes hasta la fecha compraban sus ramos de flores y paisajes figurativos.
Vivía un momento creativo increíble.
Los pintores son gente extraña. Solitarios. Dementes de su propia necesidad creativa. Y eso les confiere un titulo académico difícil de comprender para aquellos que sólo buscan equilibrios y líneas definidas en el arte conceptual. Él era realmente diferente. Su abstracción era tal, que se perdía entre tantos pensamientos. Un día descubrió la meditación llegando a rozar el trance mas profundo en que puede caer la mente humana. Desde ese instante, tuvo que contratar a un marchante. Él ya no podía estar al frente de su galería. Necesita entrar en si mismo y dejarse llevar por la parte más subjetiva de la mente.
Él lienzo en blanco siempre representaba un gran reto para sus trazos enérgicos. Su paleta de colores, estaba llena de matices imposibles. Él lino, ajustado al bastidor de madera, esperaba impaciente las acometidas del maestro. Hoy tampoco pintaría… estaba meditando.
Copyright © By Jan Puerta 2008
Texto y fotografías con copyride del autor.
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