Nunca había leído plácidamente a Gabriela Mistral. Ninguna vez lo había hecho con la intención de ahondar en el personaje dejándome llevar por sus palabras. En la librería de mi casa, había un ejemplar de una obra suya titulada “Lagar”. Publicada originariamente en 1954. Aun recuerdo al viejo librero de uno de los puestos fijos pero con alma de ambulante de la calle Enrique Granados de Barcelona, a la altura de la plaza de la Universidad, mientras me recomendaba el libro…
.- No le dieron el Nobel inmerecidamente. Gabriela Mistral, escribe muy bien.
Su recomendación supuso un total desafío para mis incipientes dieciséis o diecisiete años a lo sumo. No creo que tuviera más. De joven uno lee lo que le echen.
Con Gabriela me sucedió algo extraño, ya que en alguna ocasión, había tenido la sensación de haberme enfrentado abiertamente a su contenido sin comprender la grandeza de muchas de sus estrofas. A veces, intentamos entender la poesía de un autor arraigado a su tierra y sus costumbres, desde la perspectiva de nuestro entorno, cayendo en un craso error a buscar similitudes donde no existen.
Recuerdo hace años, cuando leí por primera vez Viaje a la Alcarria de Camilo José Cela, me atrajo sobremanera el lugar, las costumbres y el misticismo popular de la zona, aunque me fue imposible comprender la dimensión extraordinaria de lo contado, vivido y compartido por el escritor de Padrón hasta que decidí darme una vuelta por la mismísima Alcarria, contradiciendo al mismísimo Don Camilo cuando aseveraba que La Alcarria era un hermoso país donde la gente no le daba la gana visitar. Entonces comprendí muchos párrafos del autor quien acercándonos tal como los que había vivido, transmutaba las palabras escritas por malabares lingüísticos donde lo vivido, simplemente parecía literatura, siendo una licencia más de su mejor etapa creativa. Según mi opinión, claro.
Con Gabriela Mistral, he de reconocer que me pasaba algo parecido, aunque no lo sabía. La distancia que me separaba de sus raíces, imposibilitaba la verdadera dimensión de sus escritos. Era materialmente imposible, subirme a un coche e intentar seguir sus pasos tal como hice con Don Camilo.
Pasaron los años, y como suelen suceder muchas cosas en nuestras vidas, sin proponérmelo me encontré delante de los alcores que la vieron crecer. En un meteórico acaecer de años me encontraba sobre la misma tierra que la vio nacer. Incluso pude transitar por caminos que permanecen inalterables como si el mismísimo siglo veinte empezase a su andadura de nuevo, cien años más tarde. El polvo del camino permanece en el mismo lugar. Nunca se fue de allí. Parece como si el propio tiempo dotase de una segunda oportunidad a un entorno tan hostil para el ser humano.
Las caras, escépticas e inalterables de los lugareños mantienen el mismo rictus de sorpresa cuando descubren a un foráneo que les habla de cosas, lugares y circunstancias que viven ajenos a ellos. La radio, su radio… sigue siendo un vínculo con todo lo que no pueden ver.
Con aquello que escapa de su comprensión.
Camine por caminos donde Gabriela dejo la impronta de una mujer fuerte, adelantada a su tiempo y a ese polvoriento inicio del siglo XX. Me deje llevar por el calor del mediodía, autentico calvario de estrofas interminables como si de un vía crucis extremo hostigase mis ansias de comprender.
La obra de ciertos autores, para su mejor comprensión debería de ser leída, vivida bajo la influencia que motivo su creación. Uno al leerla, cree reconocer caminos y veredas familiares. Pero la desolación del valle del Elqui recién estrenados los años veinte el siglo pasado o esos caminos polvorientos de la Alcarria a mediados del mismo siglo son circunstancias que nutren al poeta, al escritor, al pintor, al mismo fotógrafo que suscribe estas palabras y que quiere ser fidedigno en sus imágenes.
Han tenido que pasar más de treinta años para empezar a comprender la grandeza de una escritora que nació y se crió bajo el nombre de Lucia Godoy Alcayaga y es recordada a diario como Gabriela Mistral. La primera mujer en obtener el premio nobel de literatura.
Uno de los fragmentos que podemos encontrar en su obra Antología mayor y que más me gusta, dice…
“Yo escribo sobre mis rodillas y la mesa escritorio nunca me sirvió de nada, ni en Chile, ni en París, ni en Lisboa… leer más aquí
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Es cierto amigo Jan, muchas veces leemos y tardamos mucho tiempo en comprender y valorar realmente lo que han escrito, a veces vivencias que cuando te pasa algo parecido te das cuenta que alguién ya había escrito sobre ello. Me ha encantado leerte este escrito tuyo y los recuerdos que te aporta esta escritora y premio Nobel, un abrazo amigo
ResponderEliminarReconozco humildemente que no he leido nada de su obra.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo igual que Cornelius, me confieso culpable de no haber leido nunca a Gabriela Mistral. Tampoco sabia que se le hubieran otorgado el premio Nobel.
ResponderEliminarSabia eso si, de la exquisitez de sus versos, i del acentuado costumbrismo de sus relatos. He de poner solución a este entuerto, y lo haré en cuanto encuentre el libro.
Un aabrazo.
Yo recuerdo haber leído un libro suyo que se titulaba algo así como "Todas íbamos a ser reinas".
ResponderEliminarTambién era muy joven y no me dejó gran huella, la verdad, quizás por mis propias limitaciones.
Buen recordatorio, Jan.
Un abrazo.