Pequeño relato inquieto, para una niña cansada.
Parte I
En cierta ocasión una de las nietas que nunca tuve, se sentó a mi amparo para que le volviera a contar la historia de una vieja fotografía que tenia colgada en mi camaranchón. Así que volví a recordar ese otoño del dos mil nueve cuando en una mis numerosas salidas pasé por una vieja mina de cobre abandonada…
Allí, encima de un montículo de pequeñas piedras de cuarzo me encontré una bota solitaria. Me dio mucha tristeza su tímida sonrisa. Simplemente la acogí conmigo reservándole un buen lugar con el resto de mis zapatos.
.- Si solo es una, no ocupara mucho espacio.
Pensé, mientras ella parecía dormida en la parte trasera de mi auto caravana. De vez en cuando movía disimuladamente el espejo retrovisor con la intención de comprobar que estaba bien. Pero siempre la encontré adormecida. Eso si, con una mueca cerca de su puntera redondeada que me recordaba ciertos rictus de melancolía.
Una vez en casa, abrí el zapatero y le busqué un rincón junto a los demás zapatos, botas, zapatillas y un par de zuecos traídos por un amigo de la familia de la misma Suecia, pero de eso ya hacia años. Todos comprendieron la situación y aceptaron a la invitada de buen agrado. Entre todos ellos, pensé que tendría más fácil la comunicación. Pero no fue así. Los días pasaban y su abatimiento se hacia mas y mas palpable. Además, a mi, también me costaba muchísimo entenderme con ella. No había manera de poder intercambiar mas que un par de palabras seguidas, para seguir después de las mismas con una cara de póker que era el preludio de un hasta luego, eso si, sin mucha convicción.
Nuestros idiomas eran diferentes, nuestros gestos, también. Solo cabía esperar y que el tiempo nos hiciera comprender mutuamente nuestro comportamiento. Quizás así, nos entenderíamos mejor.
Pasaron dos meses y la bota seguía mustia. Parecía adolecer de algo más que mis cuidados y mimos. Se sentía agradecida. Eso lo sabía por una media sonrisa que asomaba por su caña, cuando con cuidado, lustraba su empeine. Aunque bien pensado, podrían ser cosquillas. Imagino que eso de vivir en soledad después de haber sido concebido para estar junto a tu homónimo desparejo, no es fácil de comprender y mucho menos de asimilar.
Entonces pensé en traerle otro zapato de su misma condición. Le dije que no se preocupase que mas tarde regresara y salí a toda prisa en busca de su nuevo acompañante.
Me recorrí todas las zapaterías de la ciudad, así como las de los pueblos de los alrededores. Pero en todas me encontraba con el mismo problema…
.- Buenas tardes, quisiera una bota de esas de agua, del numero 42, pero del pie derecho.
.- ¿Solo la del pie derecho?
.- Si, es que vera…
Y entonces les explicaba la soledad de mi bota y las condiciones en que me la había encontrado. Conforme avanzaba en la explicación, sus caras se volvían totalmente ingenuas y terminaban por decirme que comprase un par completo y que tirase a la calle, a la basura o al mismísimo rio, que en esta época del año bajaba muy caudaloso, la bota del pie izquierdo que parecía sobrarme.
.- Pero, eso no es solución. No ve que así, otra bota quedara desparejada y lo que será la felicidad para mía, traerá la desgracia para la otra. ¿No se da cuenta buen hombre?
.- Mire señor, lo que haga usted con las botas que compre es su problema y ahora dígame… ¿Se va a quedar con las botas? ¿Si o no?
.- Perdone, pero con esas condiciones no puedo comprarlas. Entiéndalo.
.- No lo entiendo ni tengo por que entenderlo. Váyase antes de que…
Todas las zapaterías me invitaron amablemente a entrar, y con brusquedad a salir. Así pasé toda la tarde. Cayendo la noche me arme de valor y regresé a casa. Nada mas abrir la puerta, la bota me esperaba impaciente en el recibidor de casa. El resto de sus compañeros, estaban a sus espaldas como si fuese un coro flanqueando a la cantante solista.
Por sus gestos silenciosos casi de interrogación interpreté varios ¿Qué? ¿Qué? Pero mi semblante serio… le dio rápidamente la respuesta. Giró sobre si misma y se volvió a encerrar en el armario de los zapatos entre sollozos y grandes muestras de afecto del resto de sus compañeros.
Una de mis botas de montar le decía…
.- La vida es dura. Pero no hay que desesperar nunca.
Esa misma frase que yo había repetido una y otra vez, me sirvió para quedarme dormido en el sofá mientras en la televisión estaban dando soporífero programa, como siempre.
Al despertar se me ocurrió una brillante idea. Debía de ponerme en contacto con el fabricante y encargarle una bota, pero solo del pie izquierdo. Aunque me cobrase como si se fabricasen las dos.
Busque en un directorio de Internet y conseguí la dirección donde se encontraba la industria. Seiscientos quilómetros en coche era bastante, pero se podían hacer en unas siete horas u ocho sin forzar ni el vehículo ni mi aguante físico.
Decidí comentárselo a la bota. Al fin y al cabo me dirigiría a la planta de producción donde nació y dio sus primeros pasos.
.- ¡Si! ¡Si! Vamos.
Me grito llena de alegría y esperanza. El resto de los zapatos saltaban y brincaban. Incluso un par de mocasines imitaban el famoso paso de Michael Jackson. A todos, se les veía contagiados por una inmensa alegría.
Los preparativos duraron unos minutos. Al alejarme de la casa, el resto de mis calzados, se encontraban todos, sin excepción, en el balcón saludándonos en la despedida. Mire al asiento de mi lado y veía a la bota con una sonrisa tan amplia como sincero era mi afán por conseguirle una mejor vejez en compañía.
En este momento del relato, me percaté que mi nieta, la que nunca tuve, acababa de dormirse plácidamente en mi regazo. Me levanté en silencio y la llevé hasta su habitación. Avisé a su madre, una de mis hijas que nunca tuve.
.- Hoy se durmió rápido, ¿verdad?
.- Si. Se quedó la historia a medias.
Mientras hablamos le puso el camisón y le dio las bendiciones de las buenas noches. En esto me dirigí a la cocina a prepararme una tisana de hierbas. Me giré y vi la figura casi traslucida de mi hija mientras me sonreía desde el umbral de mi consciencia…
Se que un día de estos, quizás el próximo martes, aparecerá de nuevo mi nieta, y tendré que explicarle como terminó esta historia, que aunque pueda parecer un autentico cuento chino, es parte de mis extravagante vivencias. Y si no os lo creéis, solo debéis de acercaros por mi casa y contemplar las imágenes que tengo colgadas en mi buhardilla.
Nuestros idiomas eran diferentes, nuestros gestos, también. Solo cabía esperar y que el tiempo nos hiciera comprender mutuamente nuestro comportamiento. Quizás así, nos entenderíamos mejor.
Pasaron dos meses y la bota seguía mustia. Parecía adolecer de algo más que mis cuidados y mimos. Se sentía agradecida. Eso lo sabía por una media sonrisa que asomaba por su caña, cuando con cuidado, lustraba su empeine. Aunque bien pensado, podrían ser cosquillas. Imagino que eso de vivir en soledad después de haber sido concebido para estar junto a tu homónimo desparejo, no es fácil de comprender y mucho menos de asimilar.
Entonces pensé en traerle otro zapato de su misma condición. Le dije que no se preocupase que mas tarde regresara y salí a toda prisa en busca de su nuevo acompañante.
Me recorrí todas las zapaterías de la ciudad, así como las de los pueblos de los alrededores. Pero en todas me encontraba con el mismo problema…
.- Buenas tardes, quisiera una bota de esas de agua, del numero 42, pero del pie derecho.
.- ¿Solo la del pie derecho?
.- Si, es que vera…
Y entonces les explicaba la soledad de mi bota y las condiciones en que me la había encontrado. Conforme avanzaba en la explicación, sus caras se volvían totalmente ingenuas y terminaban por decirme que comprase un par completo y que tirase a la calle, a la basura o al mismísimo rio, que en esta época del año bajaba muy caudaloso, la bota del pie izquierdo que parecía sobrarme.
.- Pero, eso no es solución. No ve que así, otra bota quedara desparejada y lo que será la felicidad para mía, traerá la desgracia para la otra. ¿No se da cuenta buen hombre?
.- Mire señor, lo que haga usted con las botas que compre es su problema y ahora dígame… ¿Se va a quedar con las botas? ¿Si o no?
.- Perdone, pero con esas condiciones no puedo comprarlas. Entiéndalo.
.- No lo entiendo ni tengo por que entenderlo. Váyase antes de que…
Todas las zapaterías me invitaron amablemente a entrar, y con brusquedad a salir. Así pasé toda la tarde. Cayendo la noche me arme de valor y regresé a casa. Nada mas abrir la puerta, la bota me esperaba impaciente en el recibidor de casa. El resto de sus compañeros, estaban a sus espaldas como si fuese un coro flanqueando a la cantante solista.
Por sus gestos silenciosos casi de interrogación interpreté varios ¿Qué? ¿Qué? Pero mi semblante serio… le dio rápidamente la respuesta. Giró sobre si misma y se volvió a encerrar en el armario de los zapatos entre sollozos y grandes muestras de afecto del resto de sus compañeros.
Una de mis botas de montar le decía…
.- La vida es dura. Pero no hay que desesperar nunca.
Esa misma frase que yo había repetido una y otra vez, me sirvió para quedarme dormido en el sofá mientras en la televisión estaban dando soporífero programa, como siempre.
Al despertar se me ocurrió una brillante idea. Debía de ponerme en contacto con el fabricante y encargarle una bota, pero solo del pie izquierdo. Aunque me cobrase como si se fabricasen las dos.
Busque en un directorio de Internet y conseguí la dirección donde se encontraba la industria. Seiscientos quilómetros en coche era bastante, pero se podían hacer en unas siete horas u ocho sin forzar ni el vehículo ni mi aguante físico.
Decidí comentárselo a la bota. Al fin y al cabo me dirigiría a la planta de producción donde nació y dio sus primeros pasos.
.- ¡Si! ¡Si! Vamos.
Me grito llena de alegría y esperanza. El resto de los zapatos saltaban y brincaban. Incluso un par de mocasines imitaban el famoso paso de Michael Jackson. A todos, se les veía contagiados por una inmensa alegría.
Los preparativos duraron unos minutos. Al alejarme de la casa, el resto de mis calzados, se encontraban todos, sin excepción, en el balcón saludándonos en la despedida. Mire al asiento de mi lado y veía a la bota con una sonrisa tan amplia como sincero era mi afán por conseguirle una mejor vejez en compañía.
En este momento del relato, me percaté que mi nieta, la que nunca tuve, acababa de dormirse plácidamente en mi regazo. Me levanté en silencio y la llevé hasta su habitación. Avisé a su madre, una de mis hijas que nunca tuve.
.- Hoy se durmió rápido, ¿verdad?
.- Si. Se quedó la historia a medias.
Mientras hablamos le puso el camisón y le dio las bendiciones de las buenas noches. En esto me dirigí a la cocina a prepararme una tisana de hierbas. Me giré y vi la figura casi traslucida de mi hija mientras me sonreía desde el umbral de mi consciencia…
Se que un día de estos, quizás el próximo martes, aparecerá de nuevo mi nieta, y tendré que explicarle como terminó esta historia, que aunque pueda parecer un autentico cuento chino, es parte de mis extravagante vivencias. Y si no os lo creéis, solo debéis de acercaros por mi casa y contemplar las imágenes que tengo colgadas en mi buhardilla.
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Sólo hay algo más terrible que una bota desparejada: su pie descalzo.
ResponderEliminarVaya historia..Quizás puedas buscar el par observando si hay gente caminando con un pie descalzo.
ResponderEliminarSin embargo pienso... x q suponer q su dueño debe tener los dos pies? y si él mismo desechó la bota? Pienso en la película mi pie izquierdo. Si no tuviera el pie libre y descalzo, el protagonista vería totalmente coartada su única posibilidad de expresión con el mundo exterior. En ese caso hipotético, la bota representaría la censura.
Saludos argentinos.
Amigo Jan, no me cabe la menor duda de que algo de veracidad se oculta detrás de este fabuloso relato, lleno de imaginación y fantasía. lo que no entiendo es como todavía se resiste el maldito editor ... con los buenos momentos que paso leyéndote.
ResponderEliminarun abrazo compañero
¡Increible y bella historia! Mira, si no encuentras la bota del pie derecho, dile a tu bota que su dueño era cojo y que sólo la tenía a ella en el mundo por eso era MUY IMPORTANTE y no se debe sentir desamparada para nada. Besotes, M.
ResponderEliminarPrecioso relato, estoy ansiosa ya de conocer la continuación. Tienes una imaginación increíble. Es sencillamente encatador.
ResponderEliminarBesazos para ti y para tu bota.
De un tirón y muy atenta seguí tu historia Jan, no me dormí como esa nieta chiquitina tuya, nooooo!
ResponderEliminarBien al contrario! Estoy esperando con impaciencia la segunda Parte.. Gracías por proporcionarme Lectura en tu "casa" donde me encuentro tan a gusto.
Un petonet, Jan...
Siempre hay uno dando vueltas!
ResponderEliminarVaya vaya con tu nieta (la que no tenés), tu bota y la creatividad de tus escritos! jajaja...eso de emparejar botas no lo tenía registrado!jejejej
ResponderEliminarVeremos como sigue el próximo relato.
saludos1
Quizá el próximo martes, cuando aparezca nuevamente tu nieta, conoceremos el desenlace de esta apasionante historia. De tu solidaria gestión depende tanta felicidad. Mucha responsabilidad, pero no hay que rendirse, verdad?. Quién sabe si su homóloga también la está buscando o ella misma repara en que su nueva situación le ofrece también nuevas oportunidades. Apasionante relato, sí.
ResponderEliminarHola Jan: Par goce de todos tus seguidores, esto, ya no es foto i pié de página. es media novela, cuyo final, veo, todos estamos impacientes por conocer.. Saludos.
ResponderEliminarMe ha parecido una historia encantadora. Gracias por compartirla. Elsa
ResponderEliminar¡¡ah, no no no!! yo quiero saber el final ... ¿el martes? ¡¡aquí esperaré!!
ResponderEliminarfantástico, mi amigos, eres un "cuentista" de los grandes ¡qué suerte haberte encontrado :-)))
abrazo
Todo parecía estar perdido. ¿Qué se puede hacer con una bota Katiuska desparejada? Tal vez cortarla en finas rodajas, como si fuera un carpaccio de bota, y convertirla en gomas para tirachinas o en ligas para las medias de las señoras. O donarla a la Asociación de Caballeros Mutilados por la Patria. Y en esos pensamientos lúgubres andabas cuando un día, al salir de casa, reparaste en un gran coche que se hallaba aparcado a la puerta de la zapatería de la esquina. Iba cargado de cajas y de esas grandes maletonas que denuncian al momento al viajante de comercio; tan evidente era, que su dueño, para disuadir a los posibles ladrones había fijado el siguiente aviso en los cristales del auto: "SOLO CONTIENEN CALZADO DEL PIE DERECHO".
ResponderEliminar¡Eureka! gritaste. Y buscaste al tipo donde era lógico hallarlo: en el bar más próximo. El resto solo fue empaparlo de grapa hasta hacerlo llorar con la historia de tu bota Katiuska solitaria. Los viajantes son gente sensible. ¡Qué alegría hubo en tu armario ropero aquella noche! ¡Qué claqués y qué zapateados! Y al día siguiente, de boda: nunca se vió una Katiuska tan bella y feliz ni una bota de caucho amarillo de bombero tan elegante.
Su unión duró siglos, ya que cuando empezaron a aparecer las primeras grietas se hicieron recauchutar y así, juntos, negro y amarillo, alcanzaron la eternidad y la Gloria.