El valor de una idea.
Yo, fiel seguidor de las aventuras de Miquel de
Una vez elegido mi ejemplar de hormiga. Una de esas voladoras que en verano, venían a cientos, buscando la luz de cualquier lámpara que tuviéramos en la terraza de casa.
Con ella en mis manos, cogí un rotulador rojo, y con mucha paciencia, le pinté sus alas. A simple vista, parecía una especia realmente única y muy atractiva visualmente. El rojo siempre ha destacado sobre el negro.
Una vez la solté, se perdió rápidamente entre la nocturnidad que amparaba el alejarse unos metros de la luz. Al día siguiente, con mi libreta de notas en la mano, espere su llegada. No vino. Así que lo anote y repetí la espera en varias ocasiones. Pero no regreso.
Hable con amigos míos de clase, por si habían visto una hormiga voladora con las alas rojas. Incrédulos me miraban, sin dejar de reír. Nadie sabía darme cuenta de ella. Incluso, en una competición escolar ínter comarcal, hable con diferentes niños de otras poblaciones, -por si se le hubiera ocurrido, cambiar de aires- pero el resultado siempre era el mismo. El caso es que la noticia de mi búsqueda, llego pronto a oídos del profesorado. Quienes en lugar de alentarme, me decían que no perdiese el tiempo con tanta tontería. No dudo de su razón, pero mi obsesión, era tal que no creo que nadie pudiera hacerme desistir en mi empeño. Escribí cartas a diferentes direcciones de colegios, que conseguí una tarde en secretaria, copiándolas de un directorio que estaba encima del mostrador. Nadie me contesto. La hormiga seguía sin aparecer. Pero mi paciencia y mi perseverancia se mantenían intactas.
Ese año y los tres siguientes, fueron frustrantes, al menos para mi, ya que nunca apareció ni nadie supo darme razón de ella. El tiempo, me hizo desistir en su búsqueda. Hoy me acuerdo de esa hormiga y esa idea que tuve. Hoy he visto a unos niños, haciendo lo mismo. Marcando una hormiga alada con un rotulador fluorescente. Los tiempos cambian, pero…las ideas se repiten. No tienen dueño. Van en los genes de cada persona y un día florecen sin más.
De pequeño nunca me hice un autorretrato. Pero os puedo asegurar que tenía un flequillo parecido a este joven sonriente. Cuya única idea era poder obtener unos cuantos huevos de tortuga para comer en casa.