Los últimos jueves parece que los haya convertido en el colmo de los despropósitos. Por más que lo intento, no puedo terminar de concretar el tiempo necesario para aislarme de todo y de todos y encerrarme dentro del propio Quijote.
Sin que sirva de precedente ni de costumbre lastimera, el domingo publicaré la entrada correspondiente al capítulo 69. A ver si definitivamente encuentro la fórmula para cumplir en tiempo y en forma con la lectura colectiva de Pedro Ojeda.
Corría el año 1952 y John Ford terminaba de filmar una película con John Wayne y Maureen O’hara de protagonistas. The quiet man fue su título original. En España se llamó “el hombre tranquilo”.
La imagen de hoy simplemente es una alegoría más. Un pensamiento donde la propia fotografía me llevó por unos instantes a mis dieciséis años, cuando en un cine de barrio pude ver por primera vez la película en cuestión. He de reconocer que no la entendí. Me aburrí como una ostra. Quizás había mitificado demasiado al mismo John Wayne y tenía la convicción que todas sus películas debía de encarnar al ficticio héroe del oeste americano.
En el caso de la fotografía en sí, vi de lejos un hombre corpulento acercarse a lomos de su vieja bicicleta. Su cadencia de pedaleo parecía el colmo de la calma. La lentitud personificada. Quizás yo no hubiera sido capaz de mantener el equilibrio al mismo tiempo que pedaleaba lentamente. Parecía una escena real pero a cámara ultra lenta.
No sé porque razón pero me vino a la memoria la película de Ford.
Cuando vi acercarse la bicicleta con un hombre corpulento como lo era el propio Wayne, pensé en seguida con la película de Ford.
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