Camino por la acera contraria a la parada de un microbús local. Miro a mí alrededor y todo parece formar parte de un decorado de ausencias, de sueños o simplemente de escenas perdidas en la memoria de uno. Levanto el brazo derecho intentando saber la hora y recuerdo que hace casi cinco años, desprecié arreglar el reloj de pulsera después de una caída fortuita del mismo.
Detengo mis pasos y observo en la parada, a un niño que se empeña en seguir siéndolo a un señor mayor, de aspecto entrañable, a una señora, que bien podría ser su esposa y otra que ejerce de ama de casa a tenor del carrito de compras que lleva. Todos sonríen bajo la atenta mirada del grafiti incomprendido que parece enturbiar la buena convivencia del momento.
La escena, parece parte de una escenografía cinematográfica. De esas que fueron diseñada y pensadas para entrelazar dos circunstancias paralelas en la vida de los protagonistas de la historia.
Espero sin prisas la llegada del transporte que a su paso, devuelve la soledad a la peculiar acera y me obliga a cerrar mi libreta de notas, y consecuentemente a reanudar mis pasos. Menos mal, que mientras esperaba, mi cámara, tuvo el tino de congelar ese instante. Efímero como todo lo relacionado con esta vida que nos acoge.
Camino alejándome de todo. Camino entre todo. Me fundo en lo olvidadizo y presiento ser parte de lo prescindible.
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