El recolector de Cochayuyo
La costa del pacifico, cuanto mas al sur bajas, mas escarpada se vuelve. Los acantilados se tornan abruptos. Con suerte, se han mantenido algunos de los senderos que bajaban a la orilla de la playa. Estas veredas desde hace cientos de años, se siguen utilizando. Atrás quedan figuras como Drake, pirata para unos y héroe naval para otros que por ellas habían transitado.
Camino por la orilla del acantilado. La marea esta baja. Entre el roquerío me fijo en una figura minúscula que se mueve con rapidez. Es un recolector de Cochayuyo (1). Un alga de buenas propiedades culinarias, que no todos los paladares saben apreciar.
Con mis prismáticos sigo las evoluciones del personaje. Un fardo le sirve para ir depositando las manejables algas, a pesar de la longitud de las mismas. Algunas de ellas suelen medir entre los diez y quince metros. Media hora más tarde, se carga el fardo al hombro y ayudado por un palo, empieza a caminar. Lo voy siguiendo hasta que sus pasos empiezan a subir el empinado acantilado. Eso si, con su preciada carga a sus espaldas.
Preparo la cámara y le hago algunas fotografías con un 200. Su figura, curvada por la carga hace del entorno un marco incomparable. Me recuerda las viejas gestas de los mariscadores gallegos, jugándose la vida por conseguir unos cuantos percebes. El hace lo mismo, pero a duras penas conseguirá cinco mil pesos chilenos por cada fardel, una vez el cochayuyo este seco.
Cambio de objetivo, esperando que aparezca de un momento a otro. Al acercarme, me doy cuenta que en la mano, lleva un pequeño transistor donde escucha las noticias…
.- Buenos días amigo… ¿como estamos?
.- Buen día. Bien, aquí recolectando cochayuyo.
.- Parece pesado, ¿verdad?
.- No. Apenas pesa. Es muy liviano.
Yo me refería al trabajo en si, y el que lo tiene asumido, me indica el peso del alga en si.
.- Anda usted haciendo fotos. Eso es más descansado que lo mío.
Mientras me dice esa gran verdad, descarga el saco y apaga el transistor. Eso me da pie para invitarlo a un trago de té del termo. Saco un paquete de cigarrillos y le ofrezco uno…
.- Pues no le voy a decir que no.
Lo coge y se lo lleva a los labios. Le acerco el mechero y en dos inspiraciones precisas, ya lo tiene encendido. El viento, parece haber entrado en una tregua. A pesar de ser verano, se agradece. A primera hora de la mañana, suele haber una sensación térmica muy baja.
.- ¿El cochayuyo lo recoge para venderlo o por consumo propio?
.- Las dos cosas. En casa siempre tengo. Es un buen sustento cuando hay meses malos.
.- He visto en algunos sitios que se vende a un precio muy bajo…
.- Hay otras algas que se venden a mejor precio. Incluso algunas, las compran los japoneses.
.- En Japón comen muchas algas.
.- Ellos son más listos que nosotros.
.- ¿Por qué lo dice?
.- Vienen aquí, se llevan lo mejor y a nosotros, los que vivimos cerca del mar de toda la vida, si no salimos a pescar, no podemos comer buen pescado por que ellos, lo han encarecido.
.- ¿Y que se puede hacer?
.- Ser mas listos que ellos!
Me dice con gran énfasis. Sonríe un poco y aprovecho para hacerle otra fotografía…
.- Hay que subirles los precios a tal extremo que no lo quieran pagar.
.- Pero siempre habrá algún pescador que les venderá sin que lo sepan.
.- Siempre los hay, pero si les cortamos los huevos a unos cuantos, el resto se lo pensara dos veces. ¿No cree?
Me pide si se puede servir un poco mas de té. Lleno de nuevo las tazas y seguimos conversando…
.- Por cierto, ¿cual es su nombre?
.- Don Segundo… digo lo de “don”, por que a los que les hacen entrevistas se les considera mas importantes… ¿no?
Se ríe a carcajadas que resuenan tímidamente ante el eco que produce parte del acantilado donde nos sentamos.
.- Solo es una conversación, Don Segundo.
.- Si. Pero con fotos… Es una entrevista.
.- Sabe que escribiré sobre lo que hablamos y lo publicare en Internet.
.- Ah…
Me mira con cara de escéptico y le digo…
.- Lo van a ver de todo el mundo
.- Cuando lo sepa mi mujer no se lo va a creer.
.-Ya le haré llegar una página impresa con esta charla y alguna de las fotos que le acabo de hacer.
.- Ah… Bien. No le diré nada entonces hasta que me llegue.
.- Don Segundo, ¿Usted sabe lo que es Internet?
.- Demasiado complicado para mí. Mire…
Se levanta y me señala el mar, las nubes, el horizonte…
.- Todo esto a mis sesenta y tres años, aun no lo comprendo. Ya no tengo tiempo para cosas modernas.
.- Usted, ¿Cree en Dios?
.- Pues ya no se que decirte. Hace años, aquí solo había una religión. Hoy en día hay tres iglesias más la de siempre. Creo que hay demasiados dioses.
.- Pero alguno de ellos será el bueno, ¿No?
Se queda pensativo. Se produce un silencio que hasta el aire del norte respeta y dice…
.- Seguro! Pero, yo no lo se. Espero que cuando muera, el… me entienda.
.- Ay Don Segundo que cosas tiene…
A todo esto, se hace tarde, y el tiene que seguir con su labor. Lo acompaño hasta un pequeño refugio entre unos matorrales muy densos, que le sirve de almacén, de cobijo cuando el frío y el viento arrecian y donde me invita a comer unas patatas hervidas con cochayuyo. No me puedo negar. No quiero negarme. Pero esto, será otra historia…
(1) Cochayuyo es un alga muy rica en sales minerales Yodo, calcio, hierro y magnesio son algunos de los minerales que aporta en su consumo. Dicen, que quien la consume, no tendrá nunca colesterol. Una vez recogida debe dejarse secar hasta obtener un color cobrizo. Una vez seca debe dejarse en remojo unas doce horas antes de consumirse.
“Haciendo amigos”