La entrada de ayer, aparte de compartir un estado de ánimo personal, también escondía veladamente la tristeza por la pérdida de un amigo. Podían parecer que las conversaciones que habíamos mantenido eran banales o sin contenido, pero es que con Don Silvio hablamos de muchas cosas. Incluidos los sueños que uno tiene por realizar y los cumplidos. A veces una simple visita para comprar un sobre de sopa se transformaba en una conversación que bien podría ilustrar el capítulo de un libro o la contraportada de un periódico a manera de columna periodística.
Unos meses atrás, fallecía en Valparaíso otro de esos amigos especiales que uno va acumulando por la vida. Don Nicola Giacomino. Un italiano, emigrante de profesión, enamorado de la Tarantela, el puerto de Valparaíso y de la vida. Cada vez que me acerco por donde lo encontraba, no puedo dejar de pensar en su silenciosa ausencia que en ese momento se transforma en una presencia a modo de recuerdo. La vida es un cumulo de momentos, algunos de los cuales son llenados por personajes entrañables, los cueles tenemos el privilegio de haber conocido.
Esta serie de haciendo amigos para mí, es muy especial. Es como una terapia personal ante el tiempo acumulado Mi cámara se vuelve intranquila cuando conoce a alguien, al que considero especial. Las fotografías de personajes se acumulan y en ocasiones un simple encuentro te hace ver otra realidad.
El personaje de hoy es de difícil lectura para un encuentro casual y una pequeña conversación unos diez minutos. Sin duda me hubiera gustado acompañarlo entre pueblo y pueblo donde la conversación es más fluida y los recuerdos se suceden en agradable conversación. No obstante, el tiempo compartido también da para mucho si uno pregunta y el interlocutor es bueno para contestar.
Es de los que dejan huella. Su vida, relacionada generacionalmente a la herencia de su Padre y de su Abuelo. Y ahora, intentando enseñarle los pormenores de su vida a su hijo, quien ya no le concede la misma importancia que él, le dio cuando tenía su edad.
Luis es uno de los últimos exponentes de una tradición familiar que los tiempos modernos se encargan de lapidar, hasta hacerlos desparecer. Es un vendedor ambulante de leche de burra.
Su burrita de poco más de cuatro años, se llama Carlita y juntos, recorren a pie la comarca en un periplo que los aleja de sus casa a veces durante meses. Una burra produce leche durante nueve meses. Como mucho, da un litro y medio al día. La venta es través de una especie de dedal cuya capacidad equivale a un par de cucharas soperas.
La mula no puede ni debe sentirse maltratada puesto que podría cortársele la leche. No le gusta mucho el sol directo y debe descansar a la sombra cada cierto tiempo.
Luis, camina con ella por las calles gritando las propiedades de tomar leche de burra. Según sus palabras, previene los resfriados, ayuda a los niños empachados, regulariza la anemia y muchas más virtudes que enumera sin cansarse. Su ingesta es una dosis de vitaminas que parece reactivar el cuerpo.
Las viejas tradiciones poco a poco se van desvaneciendo. Soy muy afortunado de vivir estos momentos y hacerles un rincón dentro de las emociones de mis recuerdos. Mi cámara sigue siendo el testigo mudo y fiel que me permite materializar en un instante un momento de mi vida. Sumo y sigo adelante. Y no hay vuelta atrás.
Esta semana, la dedicaré por completo a estos personajes que voy acumulando día tras día.
Un clic sobre el enlace para ver toda la serie.
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